domingo, 29 de julio de 2007

¿DÓNDE ESTÁN LOS FLAMENCOS?


Cuando estaba en la primaria los profesores de mi escuela solían llevarnos de paseo a Paracas a conocer los atractivos turísticos de nuestra ciudad y su gran riqueza en biodiversidad. Allí aprendíamos a conocer más sobre la gran Cultura Paracas, a admirar la belleza del paisaje marino, bañarnos a la orilla de playas limpias y desiertas y luego merendar nuestros fiambres con una avidez implacable. Allí observábamos, a poca distancia, las grandes bandadas de flamencos equilibrarse apacibles en una pata mientras se alimentaban y luego echarse al vuelo como un montón de pequeñas banderitas peruanas desplegadas en el cielo. "Pisco, puerta de la Libertad, cuna de nuestra Bandera". La profesora contaban que por esas playas San martín cansado se había recostado al lado de una palmera y se había quedado dormido. Y que el aleteó del vuelo de esas mismas aves lo habían despertado, y que al mirarlas habría dicho emocionado : He ahí la bandera del Perú. El sueño de la bandera de San Martín era también el sueño de la Bandera de Valdelomar. ¿Para qué iba entonces inventar Valdelomar una historia tan hermosa sino para que soñaramos también? Además, qué sentido tendría hoy la palabra Patria sin un sueño que lo arraigue en la imaginación del ciudadano? ¿Qué sueño deberíamos compartir? Cuando niños, al contemplar esas aves tan vistosas y reservadas nos imaginábamos sin duda, que a ellas le debíamos los colores de nuestra bandera. Les escribo porque hoy amigos, se hace cada vez más difícil verlas por aquí. La agresiva contaminación urbana e industrial que sufre la bahía, la perturbación de sus zonas de descanso y alimentación producida por los botes y motos acuáticas que usan los ricos con casas de verano frente al mar, la indolencia de las autoridades locales e INRENA, y la total indiferencia gubernamental que se explica en el hecho que digan, tácitamente, que debamos aceptar estos “pequeños costos ambientales” en nombre del desarrollo, el progreso y la inversión privada, han hecho que estas aves emblemáticas huyan de nuestra bahía. La contaminación de la Reserva de Paracas no es supuesta. Es verificable. En realidad, ni siquiera es importante que ustedes lo crean o no. Lo que realmente me importa es que posiblemente mi hija de tres años nunca tenga la oportunidad de ver volar esas hermosas bandadas de flamencos como yo la tuve. Luego nos quejamos que los chicos de ahora no aman a su patria cuando no les enseñamos a quererla, a representarla, cuando no simboliza ni procede de nada. El señor Jorge del Castillo por estos días acaba de decir que si los pisqueños se atreven salir a las calles a protestar en contra de la contaminación ambiental estaríamos “matando a la gallina de los huevos de oro”, defendiendo claro esta, con su aurífera metáfora, la libertad que tienen las empresas contaminantes de seguir destruyendo nuestra Reserva. Hay que atraer al gran capital, cueste lo que cueste. "Total qué", piensa Del Castillo, "ya Coausteu había dicho que el mar es el gran basurero universal. Si ya todo esta jodido. Que se joda más", razona el Señor Del Castillo. "Lo que importa es que haya trabajo. ¿Quieren o no quieren trabajo, carajo?" El Señor del Castillo increpa eufórico a la muchedumbre que protesta en contra de la sanguasa que se arroja al mar. "Cuentos de flamencos de mierda conmigo", ironiza con una leve sonrisa burlona, cachacienta. Y respira mejor, más tranquilo.

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